Apareces.
Hay veces en que me cuesta bastante encontrarte. No entiendo dónde te refugias de tanta bruma, de tanta agitación. ¿Siempre fue así? Estoy casi seguro de que no. Mirarte en fotografías es como si me pusiera frente a alguien distinto, alguien que supuestamente me habitó y definió mis cimientos. Dejarte a un lado ha sido el mayor de mis errores. Cuando fuiste tú el que lo inició absolutamente todo.
La rutina arrebató de golpe toda posibilidad de encontrarnos, y me ha correspondido a mi hacer que ese encuentro llegue. Entendí que al final no eramos dos partes de la misma cosa. Ni siquiera dos momentos. Resultamos ser un flujo constante de emoción y dudas y entusiasmo y asombro y sorpresa y amor que aparece en el momento indicado.
He tenido que aprender a cultivar el jardín que creaste. He marchitado, quebrado, ahogado plantas que no supe mantener. Y también me he visto obligado a cortar de raíz algunas otras. Semillas que sembraste porque necesitabas de ellas; aquello que alguna vez fue sombra para ti, pero que hoy me asfixia en su densidad. Si lo hago es porque en este momento, necesito refugiarme en la luz.
Sin embargo, de repente apareces y me ayudas a sanar algo que no rompimos. Apareces en los helados de chocolate, en los jugos de guayaba, cuando nos sentamos en la banqueta o cuando nos rehusamos a ponernos chamarra si está lloviendo.
Apareces cuando necesito separarme de mi mente y dejar todo el control a mi corazón. Cuando no tengo la fuerza para dar un paso, y tú solo te fijas por dónde pisar mejor. Me pregunto si estarías orgulloso de mi si recién me conocieras.
Me encuentro con el compromiso de entenderte y llevarte a donde vaya. Porque no puedo avanzar si no comprendo quién he sido. Al final, siempre seré esa persona con ganas de saber cómo se sentiría volar.
Comentarios
Publicar un comentario