Silvestre.


Lo primero que sintió cuando abrió los ojos fue la almohada empapada bajo su cabeza. Su garganta estaba inflamada y cuando intentó tragar saliva, sintió una fuerte punzada. Movió los dedos de las manos y los pies y, al asegurarse de que no se encontraba en una parálisis de sueño o a la mitad de algún desdoblamiento astral, se atrevió a cerrar los puños. Pasados diez segundos, al fin hizo acopio del valor necesario para sentarse en la orilla en la cama, con una constante sensación de que su corazón saldría disparado de su pecho.

          Fijó su mirada en uno de los puntos donde dos azulejos del piso se juntaban y pudo identificar a una pequeña araña atravesando esa unión como si fuera un camino de tierra. Aún respiraba con dificultad y se llevó la mano derecha al pecho palpando su playera que escurría sudor frío. Cuando logró apaciguar su pulso buscó con el pie las sandalias debajo de la cama y sin ponérselas totalmente, se levantó.

            La puerta se abrió con un chillido grave y el sonido de la manija fue tan fuerte como un cartucho percutido. Asomó la cabeza por el pasillo, pero no encontró nada fuera de lo normal. Todo se encontraba en su sitio, tal como lo dejó al irse a dormir. La luz que atravesaba las cortinas era muy tenue, por lo que no tuvo la certeza de si ya había amanecido o todavía era de madrugada. Con el ajetreo y sus ganas de sobrevivir no se fijó en el despertador sobre el escritorio.

            Había tenido una pesadilla: en su sueño, él estaba acostado sobre la hierba de un enorme prado, sus brazos y piernas estaban paralizadas y por más que intentara, no podía desviar su mirada del cielo. El sol disparaba directamente a sus ojos, asando poco a poco sus retinas. Después comenzó a sentir un aleteo en su abdomen desnudo, y un par de garras se clavaron en su piel. Luego algo lo pinchó. Fue como si lo apuñalaran una y otra y otra vez. Era un pico que se enterraba en busca de alimento. Identificó con toda precisión la forma en que perforaba sus órganos, retorciéndose y abriéndose por dentro hasta encontrar un trozo de carne que desprender para ser engullida.

            De repente, una enorme nube negra se posó sobre él. Era tan inmensa que cubrió toda la superficie celeste que hasta ese momento le había servido de reflejo. Entonces la nube comenzó a bajar, tragándose el espacio de aire que había entre ellos, y mientras se acercaba, un zumbido estruendoso le reventó los tímpanos. Su instinto era cerrar los ojos, pero no podía. Su impulso era gritar, pero una criatura devoraba su diafragma. Lo único que pudo hacer fue abrir la boca, pero la nube negra, que para entonces ya estaba a escasos centímetros de su cara, aprovechó ese espacio para penetrar su garganta, distribuyéndose por sus pulmones y su tórax destazado. En ese instante despertó.   

            Estaba confundido. Tenía muchísimo tiempo que no soñaba algo así. La última vez fue cuando era un niño. Sus papás habían decidido llevarlo a ver a un psicólogo para tratar sus terrores nocturnos y había dado resultado. El doctor que estuvo a cargo de su caso, había tratado de implementar una corriente psicológica donde la hipnosis era el eje central de la terapia. Al final de su última sesión, el doctor se acercó a él y le entregó una bolsa tejida del tamaño de un monedero pequeño. «Nunca, jamás, te despegues de este pequeño regalo. Siempre llévalo contigo, a donde quiera que vayas. Nunca te separes de él». Y así lo hizo durante aproximadamente diez años. Hasta que un miércoles por la tarde, se dio cuenta que no lo llevaba consigo. Por eso se había comprometido a buscar a aquel doctor a primera hora del día siguiente. Sea lo que haya sido, había funcionado. Seguramente podía darle otro y reponer el anterior.

            Ese jueves por la mañana, sus padres lo encontraron tendido sobre su cama, con la boca abierta y las retinas calcinadas. Se dice que, al momento de realizar la necropsia, sus pulmones estaban llenos de coágulos reventados, y dentro de su abdomen, muy cerca del estómago encontraron pequeñas piedras blancas. Los estudios arrojaron que se trataba de huevecillos de un ave muy extraña que se alimenta de los restos de pequeños animales silvestres.

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