Velas encendidas.
Si estás leyendo esto, entonces sabes que ha terminado nuestro viaje. Si estás leyendo esto sabes que la culminación que tan lejos se miraba, hoy nos encontró.
Mi mamá siempre ha dicho que cuando no sepa por dónde empezar, lo haga por el inicio. Pero siendo sincero, no logro distinguirlo. No logro vislumbrar el momento exacto en que el sol de cinco primaveras curtió mi piel. No logro sostener el tiempo en mis manos porque cada que intento sujetarlo, se convierte en arena y escapa por las comisuras de mis dedos. No quiero que se vaya. Al menos no así. Quisiera a ratos que no hubiera más historia, que aquí se cerara el telón y ya. ¡Fin! .Vivir en los recuerdos, vivir en los abrazos. Cuántas vidas, cuántos universos. Cuántas almas luchando todos los días por descubrir cómo sobrevivir en la duda, en la incertidumbre, en el entusiasmo y la ilusión del que ignora que el futuro está mucho más cerca de lo que parece.
De lo único que puedo hablar es del lugar y del tiempo que habito. Una conjunción de los dos vectores de la gráfica en la que se dibuja el rastro de una vida. Una vida vivida a ratos, a tropiezos. Una vida que pasa sin saber que se está viviendo. Y pasa tanto y tan rápido, que apenas ayer le mostrabas tu CURP al tipo que decidía si podías comprar cerveza rancia o si debías regresar al metro y buscar un lugar aún más cuestionable. "Es que me dieron la cita para mi INE hasta septiembre". La adultez se miraba como aquello que tantas veces nos dijeron que cambiaría el rumbo de nuestras vidas. Y la verdad es que nada cambia. No mientras sigues haciendo lo que has hecho los últimos doce años, estudiar, estampar un número en un historial académico, esperar las vacaciones y regresar para repetir. Todo es lo mismo, con nuevas caras, y nuevas oportunidades. Sin embargo, la alegría que trae desconocer qué vendrá con la nueva gran etapa alborota el viento.
El mundo se muestra fresco y fértil y no se le ven los bordes. Ni en dónde acaba, ni en dónde empieza. No hay techo que tope la altura de vuelo, y el piso no parece venirse abajo en algún momento cercano. Te limitas a moverte hacia adelante. No hay nada que pueda detenerte. Tu cuerpo comienza a acostumbrarse a lo nuevo, a lo desconocido. Te enrolas en una rutina que comienza a tener sentido. Empieza a dibujarse una nueva concepción de responsabilidad que se mira alentadora. Tu mente se repite una y otra vez que puedes con todo.
No pasan más de tres semanas cuando llegas a casa llorando, reprochándole a mamá que te haya permitido tomar tan absurda decisión como lo es estudiar en la única facultad que queda lejos de todos lados. La lluvia escurre de tu ropa porque el curso inicia en agosto y nadie te previno de llevar paraguas (tal vez te lo repitieron 5 veces pero no te interesó hacer algo al respecto). Descubres que existe un olor particular que impregna los vagones del metro alrededor de las nueve y media de una noche húmeda y tibia. Pero sólo es el espíritu amoldándose, como los pies a zapatos nuevos.
Y de repente, sin que nadie pueda preverlo, ni siquiera imaginarlo, cuando apenas comenzábamos a encontrar el encanto en el trayecto, nos confinan a cuatro paredes con la amenaza latente de contraer una enfermedad mortal. Ni siquiera pasó un año cuando tuviste que volver a enfrentarte a un cambio drástico. Una pandemia. Algo que sólo sabíamos que era posible en los libros de historia, como las revoluciones, como el paleolítico, como la guerra de los pasteles.
La infinidad de escenarios derivados del encierro obligatorio imposibilitarían conseguir el objeto que tienen estas líneas, y por tanto me voy a permitir reducirlo de la siguiente manera: si estás aquí, si estás leyendo esto, no importa la profundidad del abismo en el que caíste, si me has dado la oportunidad de presentarme ante ti, entonces has logrado mucho más de lo que pudiste pensar. No todos tuvieron la dicha de hacerlo.
Cuando regresamos, nos aglutinaron tres años de golpe y sin aviso previo. Las edades eran inciertas, los días en el calendario no cuadraban al sacar los plazos. No hubo tiempo de asimilarlo cuando tuvimos que volver a retomar la marcha en donde la habíamos dejado escondida. Lo que siguió fue vivir todo lo más intensamente posible, y tan rápido como se nos fue la certidumbre de la realidad, nos notificaron que ya estábamos cercanos a encontrarnos de frente con aquel ente desconocido: el tiempo.
Kavafis escribió un poema acerca de que la vida es como una larga fila de velas. Las que tienes frente a tí están prendidas y las que vas dejando atrás se adornan con pabilos humeantes. Hoy más que nunca volteamos a ver nuestras velas apagadas añorando sentir la calidez de su luz.
Y en aras de honrar el fuego de cada vela que soplé y que fue quedando a mi paso, escribo esto, para hacer un homenaje, muy a mi manera por cierto, a momentos iluminados por las personas que decidieron elegirme, para concederme, así haya sido un minuto, un poco de su tiempo para que esta aventura tomara sentido. Si hoy soy lo que soy, dejando a un lado mi propio mérito, es por cada una de las velas que iluminaron el siguiente paso. Aquellas luces tiernas que abrazaron mi corazón cuando más lo necesitaba; aquellos oídos pacientes que tantas injurias escucharon y que tantos despropósitos hicieron el intento de entender. Aquellos ojos que me miraron y supieron reconocer los momentos en que no me encontraba bien, que vinieron a mi auxilio cuando las monedas no eran suficientes para comprar algo para comer, que me tendieron su mano, su risa, su ligera y peculiar forma de ser. Si hoy soy lo que soy es por aquellos seres que desde un escritorio compartieron su conocimiento conmigo, que me entregaron el trabajo de su vida, y les ofrezco una disculpa sincera si en alguna ocasión no les agradecí debidamente. Si estas líneas llegan a ustedes, sepan que mi corazón reservó un lugar especial para resguardarles.
Ofrezco disculpas a las amistades a quienes no supe devolver lo que me dieron. A las que les quedé a deber un gracias, una explicación o un perdón. Sepan que si no encontré el valor, no implica que haya quedado a un lado.
Uno suele lastimar a la gente que quiere cuando no cuenta con la capacidad de controlar sus emociones. Si fui desleal, incongruente, lascerante, mil perdones.
Si fuiste presa del destino y cruzaste tus pasos con los míos, quiero decirte que algo de tí hoy existe en mí.
Gracias por permitirme ser parte de tu travesía, de corazón espero haber dejado una huella en el sendero que caminas. Cediendo a esta tendencia egocentrista y narcicista, espero me recuerdes. Espero haberte hecho reír, haberte brindado un refugio ante emociones ilegibles, y espero haberte mirado a los ojos y los míos hayan podido expresar mi agradecimiento por estar. He hecho lo mejor que he podido.
Espero, con el corazón en las manos, que el destino te acerque todos los días a cumplir los objetivos que hoy tienes fijados. Y espero igualmente que la vida te sorprenda con puertas abiertas que jamás pensaste que existirían, y deseo te encuentres en las circunstancias perfectas para aprovechar cada una de esas oportunidades. No dejes pasar una sola.
Al universo le agradezco haber habitado en este tiempo y este lugar. Porque aquí aprendí que existen personas capaces de envolverme con un manto de paz y tranquilidad. Ustedes son los verdaderos pilares, los que nunca me dejaron caer. Le agradezco haberme demostrado que jamás encontraré a alguien que piense, sienta y viva como lo hago, y aún así, encontré las personas perfectas para el momento que viví; le agradezco por haberme mostrado el camino para encontrar las amistades más puras y plenas y a quien hoy se volvió el amor de mi vida. Por convertirme en quien soy;
A ustedes, gracias.
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