ASUNTO: EL QUE SE INDICA.

A quien corresponda:

Suscribo la presente misiva bajo la firme convicción de que sus líneas llegarán a los ojos de la persona que esté lista para leerlas, incluso cuando ni siquiera sea consciente de que lo está. He atravesado una cantidad insospechada de primaveras en busca del momento indicado, y si estás leyendo esto significa que conseguí encontrarlo. 

Debo decirte lo siguiente:

No hay ninguna posibilidad de que estés en el lugar equivocado. Sé que te lo preguntas cada domingo cuando colocas la cara en la funda blanca con la que envuelves tu almohada. No hay manera en que la vida haya cometido un error al colocarte bajo el cielo que miras, a veces con esperanza y alegría, otras con los ojos inundados de sal condensada en ácidas gotitas de desilución. Aquel cielo que resguarda al astro más poderoso, el que te broncea la piel con risas y caricias, el mismo que la descarapela con rasguños de ansiedad y desesperación. 

Te he visto en tus momentos de mayor soledad, elevando plegarias y pedimentos, dirigiéndolas a algo que esperas que esté escuchando, aunque sólo te escuches tú. Te he oído pedir las respuestas a las crisis más hondas, a las heridas más vacías. He sido testigo de tus llantos ahogados, los he visto. Sé que las lágrimas brotan en los lugares más inoportunos: el vagón del metro, el baño de la oficina y sé cómo intentas convertirlas en impulsos de fuerza controlada para hacer una sentadilla más. 

He sentido las náuseas que aparecen cuando reconoces una equivocación. Cuando sabes que pudiste hacer algo que no hiciste, cuando sabes que algo que dijiste laceró el corazón de quien amas. Sé del dolor en la garganta que causa el perdón cuando debe ser pedido, y el ardor en el corazón cuando aquel debe ser otorgado. 

Sé de la ira y la tristeza, del anhelo frutsrado y de la impotencia que se crea por no poder nombrar el resquemor en el estómago. Sé que hay pocas sensaciones como la de estar decepcionado. De algo, de alguien, de tí. Conozco el temblor de manos que te ataca mientras llevas el cigarro a tu boca, el ácido estomacal que se agolpa en la tráquea cuando te enfrentas a lo nuevo, a lo que da miedo. 

Sabes lo que dicen: "la cosa no es no tener miedo, sino hacerlo con todo y miedo". Y sí, pero el que lo dice no lo hace mientras es presa de la agonía por asfixia de un aire que quema. 

Sólo quien viste la piel sabe lo que pesa. Y nada más. Alguien podría tener una idea similar, pero decir que lo entienden es sólo con fines empáticos. Otros, en cambio, se lanzarán a juzgar, a opinar, atribuyendo a su voz un dejo soberbio de veracidad absoluta. Hay gente que te mira y que parece que, en lugar de ojos, lo hace con dos soles que entibian y curan el alma; así como hay gente que escucha con dos corazones abiertos dispuestos a cobijar tu verdad. 

Hay gente que acaricia con palabras, que enseña con silencios. Hay personas que iluminan habitaciones y jardines con su risa, que dispersan fantasmas con su compasión. 

Hay gente que dirige masas, almas que buscan orientarse. Hay personas que te motivan a levantarte de la cama todos los días, que se convierten en una razón más para posponer la despedida. Los juristas dirían que hay personas cuya simple presencia interrumpe la prescripción de nuestra vida.

Hoy estoy aquí para decirte que tú eres una de esas personas, y todas las demás han sido tú. La ansiedad, el miedo, la desolación, también las asechan a diario. Porque no se trata de que los seres luminosos estén exentos de ser víctimas de esa suerte de oscuridad, simplemente cada quien ve los fantasmas de sus propios muertos. 

Y no está mal. Al final, eres un ser humano, y tu supervivencia depende de una mezcla de las dosis precisas de luz y sombra. No necesitas un sol para iluminar un cuarto entero, a veces hasta con el reflejo basta. Necesitas la sombra, necesitas tú sombra. Eres un ser completo, y si sigues aquí es porque es tu deber aprender a modular esa luz y sombra, atendiendo al momento que atraviesas. 

Por supuesto que habrá veces en que la sombra enfríe tus palabras y las vuelva lanzas. No te reproches. Pide disculpas, ofrece ayuda para sanar la herida que causaste y, si tus circunstancias lo permiten, hazlo. Luego reconoce tu posibilidad de herir y observa por qué existe. No se trata de eliminarla, se trata de entenderla, porque muchas veces el potencial de lastimar encuentra su hogar en un alma lastimada. 

Entiende que no sabes ni puedes todo. Y quien sepa hacer algo que tu no, tampoco sabe ni puede todo. Entiende que cada paso que das complementa el camino del que viene junto. Son carriles diferentes que desenvocan en destinos diferentes, pero recuerda que no hay autopistas de un sólo carril. 

Tú eres algo que los demás no son, y esas personas son cosas que tú jamás serás. Y eso está bien. Compárate. Hemos hecho de compararnos algo malo, algo que duele, que demerita el logro propio. Pero en un inicio no fue así. Compárate para evolucionar y evoluciona para poder ayudar a quien tenga deseo de evolucionar también. Crece tan alto, crece en la medida en que tus raíces te permitan mantenerte de pie, y permite que el suelo en el que te plantes sea un suelo fértil para que alguien más crezca junto a ti. Su propia altura, sus propios frutos. El crecimiento de esa persona sucederá para que alguien más lo haga también y a su lado, otro más. Un pino no hace un bosque. 

Espero entiendas lo que pretendo decirte. Tú eres más de lo que piensas de ti, pero no eres más que el que crece junto a tí. Serás más alto, a veces más bajo, pero no más. Diferente. Mejor en unas cosas, y un despropósito en otras. Ayuda y déjate ayudar. Quiere para que sepas recibir cariño. Camina porque los pasos que tú estás siguiendo los marcó una persona que seguía a alguien más. No vas solo, mira a los lados. Mira hacia enfrente, pero también atrévete a mirar hacia atrás.

Si entiendes esto, me sentiré satisfecho, y si lo olvidas mañana, encuéntrame en el espejo para volver a explicarte desde el principio. 

Tú has sido los demás, y los demás han sido tú. 

Gracias por ser y por estar. 


B. 










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