Tratado sobre la soledad (2023).

¿Qué entendemos por soledad? ¿Por qué la elegimos para describir cosas que parecen lo mismo pero son esencialmente diferentes? ¿Qué nos lleva a sentirnos solos, aun estando rodeados de gente?

Tenemos una costumbre que va aturdiendo la manera en que nos expresamos. No porque dejemos de entendernos, sino porque vamos alejando, cada vez más, ciertas palabras de sus significados, dotándolas de un sentido diferente al que se supone que tienen; confundiéndolas a tal grado que, cuando queremos construir una idea respecto de cómo nos sentimos, nos descubrimos incapaces de manifestar la realidad que hierve en nuestro interior. 
       Es un contraste peculiar y, al menos yo, he dudado de lo que siento. ¿De verdad siento lo que pienso que siento? O es que, por no poder expresarlo, pierde validez y por lo tanto no lo estoy sintiendo realmente. 
   
    No pretendo encontrar una respuesta filosófica ni científica respecto de nada. No tengo ninguna autoridad, más allá de ser humano, para intentar definir lo que siento. Y, si sucede conmigo, por pura probabilidad, puedo suponer que sucede con alguien más. 

Todo sucedió un viernes. Caminando por la facultad con una querida amiga (pocos son los viernes en los que camino acompañado) me hizo una pregunta que me tomó desprevenido. Me preguntó qué era la soledad. Un poco drástico el cambio de tema, porque hablábamos de qué apunte de la clase nos faltaba. Pero así son las preguntas importantes y profundas de la vida, llegan sin que tengas tiempo de estructurar una idea que suene medianamente inteligente. Parece que llegan en el momento en que cualquier cosa que digas te hará parecer un bulto sin conciencia de sí mismo que vive todos los días en el sentido más funcional de la palabra vivir. Respira y se mueve: listo, no le hagas preguntas difíciles porque se ofusca. 
    En un esfuerzo desmedido por aparentar que yo era un iluminado en cualquier tema, logré diseñar una respuesta que no vale la pena reproducir aquí. El asunto es que, discutiendo la idea de nuestras propias soledades, logramos encontrar puntos coincidentes, a pesar de lo diferentes que son nuestras vidas. 
    (Re)descubrimos que hay una diferencia enorme entre padecer un sentimiento de melancolía por saberse abandonado, sin apoyo, o ajeno a la realidad que otros parecían estar viviendo,  y estar sin la compañía material o corporal de otra persona. El problema venía cuando teníamos que encontrar cómo llamar a cada uno. ¿Estar solo es lo mismo que la soledad? Por qué sí, o por qué no y cuál era el correcto para cada situación. 

    La  S O L E D A D.
¿Alguna vez has sentido que estás dentro de una burbuja donde la gravedad no es una ley vigente? Estás en tu cama, contando montañas y volcanes que se forman por la textura del yeso en el techo y las paredes. La ventana está abierta pero no hay ninguna corriente de aire que mueva las cortinas. El perro de la vecina dejó de ladrar, la alarma del auto dejó de sonar, y el único ápice de sonido es la corriente eléctrica del estéreo que ya había empezado a hacer un ruido raro. De pronto el aire se hace denso, tus pulmones se inflan y tu cuerpo se comienza a levantar. Sabes que no puedes gritar porque nadie escucharía los restos de dolor que atraviesen tu garganta, pero tampoco es algo que te sorprenda. Es ahí cuando la burbuja aparece. Un círculo de neblina te rodea y cuando ves más allá de la espesura, ya no estás en tu habitación. Estás rodeado de gente, que te observa. Gente que vive su vida sin mayor complicación. Personas que te miran con ojos ajenos, que respiran  profundo al primer intento. Sabes quiénes son y también sabes que de poco sirve que los conozcas; ellos están ahí y tú estás aquí. Alienado, asfixiado, sin control de lo que haces o piensas. 
    Y así pasan los días y las noches. Es increíble la rapidez con la que puede pasar el tiempo cuando te dedicas a buscar una manera de atravesar la negrura que te separa de los demás. 

    El cuerpo de los otros.
Hay que ser conscientes de la magnitud que tiene sentir el cuerpo de alguien más cerca al nuestro No solamente hablo de palparlo, de pellizcarlo o de aferrarnos a él como si quisiéramos meternos dentro de su piel. Hablo del calor humano que se desprende cuando hay una persona cerca. Solemos soslayar el efecto que tiene esa calidez sobre nosotros. Puede vaciarse en nuestro interior, como el primer trago de chocolate en la primera noche de invierno, impregnando todos nuestros órganos de un vapor que termina encontrando su salida en una exhalación. 
    La compañía corporal de las personas que queremos, o incluso de aquellas que no son tan cercanas, es muy poderosa. Somos capaces de crear una fuerza de gravedad propia en torno a nosotros aquellas veces que nos acomodamos formando un círculo perfecto. Orbitamos alrededor de un mismo fin: estar presentes, todas, juntas. Nada sale mal, todo es divertido. Hasta lo más absurdo, lo más nimio, se vuelve algo digno de contarse y compartirse. La sensación de plenitud aumenta hasta la inevitable llegada de la despedida. Cuántas veces no extendemos las horas. ¿Te ibas a las cinco? Terminaste de despedirte al diez para las siete. 
   Pero, ¿qué pasa cuando queremos prender una vela que tiene el pabilo empapado? No es que el encendedor sea deficiente o el fuego sea uno que, curiosamente, no sirva para incendiar. El problema es el pabilo. 
    Hay veces que la compañía de la gente no basta. Hay veces que mil abrazos no logran entibiarnos. Aunque, no siempre, somos nosotros el pabilo mojado. En ocasiones sí puede ser el abrazo, uno falso, uno sintético, prefabricado. Puede que sepas que no cuentas con esa persona, con ese círculo. Que seas un simple espectador de la historia de los demás. 
    Ahí radica una de las diferencias entre la soledad y no estar acompañado. La soledad es algo que hierve por dentro, que se gesta en nuestras entrañas a pesar del entorno donde nos desenvolvamos. Está ahí, como un virus que permea todos nuestros tejidos. La maldita esfera antigravedad. 

    La individualidad del ser. 
Sin embargo, ¿qué es lo que nos distancia en cuerpo y alma de los demás? ¿Qué marca esa brecha? Insisto que yo no poseo estudios en ninguna ciencia que me permita emitir constructos psicológicos respecto del porqué pasan las cosas. Me justifico en un método empírico, por lo que la exactitud de los términos que pueda usar es, con toda probabilidad, deficiente. Lo que te cuento, es lo que yo concluí que me pasaba. 
    Después de tanto pensar y observar, me di cuenta que todo radicaba en la imagen y el trato que tenía conmigo. No me sentía cómodo con quién era y lo que eso implicaba. Si estando solo no era capaz de sosegar mi mente y mis emociones, ¿qué podía esperar de sentirme parte de un grupo? Mi compañía y yo no teníamos la mejor relación; mejor dicho, mi existencia y yo, no estábamos en la misma sintonía. Me sentía disociado de mi cuerpo. Sentía que no me correspondía estar donde estaba. Había viciado mi individualidad
    Buscando el significado de la palabra individualidad encontré que se refería a esas características que diferencian a una persona de los demás. Lo que nos hace "únicos y diferentes". Eso que eres tú, que te hace ser tú, y que por más cosas que sucedan, jamás va a dejar de ser y existir. 
    Bueno, resulta que yo sí era consciente de mi individualidad, pero en un extremo enfermizo. Y uso este término porque, de verdad, me estaba produciendo reacciones físicas: no comía lo mismo, empezó a aparecer una dermatitis por estrés, mis músculos se atrofiaron. Mi cuerpo reaccionaba a la injerencia de mi mente. 
    Aquí debo hacer un paréntesis. Esto no tiene la mínima intención de ser una crónica de cómo salí de ahí, ni de los procesos que tuve que atravesar. Por lo que, para efectos literarios, me brincaré esa parte. Lo único que es necesario mencionar, es que después de un tiempo, logré ir curando esos vicios de mi individualidad.

    Estar solo sin sentir soledad.
Teniendo todo lo anterior en cuenta, llegué a la conclusión que es la individualidad la que nos permite ser y estar, con o sin compañía. Y también es importante reconocer esa individualidad en las demás personas. Todas poseemos esas peculiaridades que nos hacen ser quienes somos. Si estamos en paz con eso, podremos ser nosotros en cualquier lado. Podemos estar solos y saber que no necesitamos más. Y podemos estar acompañados de gente que queremos y saber que, en ese momento, no necesitamos más. Nos podemos permitir ser vulnerables, porque serlo implica derribar nuestras propias barreras o, al menos, tener la guardia baja, para permitirnos ser. Eso no significa que con cualquiera debamos abrirnos como flor confiando que no hay gente que puede lastimarnos. Saber cuándo y con quién también es parte de conocernos y protegernos. 
    El punto es, que si en este momento no encuentras cómo reconciliarte contigo, si te sientes en soledad, si sientes que no hay nadie para ti, deseo de corazón que logres encontrar las condiciones correctas. Sólo uno sabe el proceso que atraviesa y los tiempos que ocupa para hacerlo. No siempre vamos a mantener un estado de aprecio con nosotros mismos, ni con los demás. No es posible. Siempre habrá momentos donde no hallemos más consuelo que en nuestra melancolía. Está bien. 
    Solo quiero que sepas que, no importa en qué parte del camino estés. Eres más de lo que te puedes imaginar. 
Un abrazo. 

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