Silvestre.
Lo primero que sintió cuando abrió los ojos fue la almohada empapada bajo su cabeza. Su garganta estaba inflamada y cuando intentó tragar saliva, sintió una fuerte punzada. Movió los dedos de las manos y los pies y, al asegurarse de que no se encontraba en una parálisis de sueño o a la mitad de algún desdoblamiento astral, se atrevió a cerrar los puños. Pasados diez segundos, al fin hizo acopio del valor necesario para sentarse en la orilla en la cama, con una constante sensación de que su corazón saldría disparado de su pecho. Fijó su mirada en uno de los puntos donde dos azulejos del piso se juntaban y pudo identificar a una pequeña araña atravesando esa unión como si fuera un camino de tierra. Aún respiraba con dificultad y se llevó la mano derecha al pecho palpando su playera que escurría sudor frío. Cuando logró apaciguar su pulso buscó con el pie las sandalias debajo de la cama y sin ponérselas totalmente, se levantó. ...